Apreciados sacerdotes, pastores y demás líderes religiosos, en sus manos está la tecnología, atrévanse a utilizarla, aunque esta no produzca ofrendas o limosnas. Para predicar no es preciso el púlpito, basta con que el amor de Dios esté en sus corazones para que el mensaje llegue a sus oidores.
Para quienes creemos en Dios es claro que los cristianos necesitan recibir el alimento espiritual, pero no es menos cierto que ese Dios no quiere sacrificios vanos. La iglesia no necesita kamikazes que pongan en riesgo su vida y la de los demás, cuando perfectamente pueden utilizar su tiempo en servir al prójimo.
Dios lo que quiere es gente que guarde sus mandamientos y que, alejada de la envidia, el egoísmo y la indolencia, sea capaz de unir a las familias, servir a los necesitados y evangelizar a la gente a través del ejemplo, para que muchos que están perdidos puedan encontrar sentido a su propia existencia.
Es hora de que entiendan, pastores, que el mundo cambió y que tal vez muchas cosas no volverán a ser igual; debemos ajustarnos a esa realidad. Y ese ajustarnos incluye la enorme responsabilidad de velar por la integridad suya y la de sus feligreses.
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